sábado, 17 de noviembre de 2012

Lady Gaga hizo vibrar el River Plate

Lady Gaga no llegó a medias a la Argentina; lo hizo con el mismo despliegue que lleva al resto de las paradas de su Born This Way Ball y que incluye una escenografía impecable por donde se la examine, bailarines de primer nivel y una lista de hits imbatible.


La cantante de 26 años tocó en Buenos Aires por primera vez después de cinco años de carrera –meteórica, por cierto- y los Little monsters argentinos respondieron bien; el Monumental estaba colmado casi en un 80 por ciento (algunas estimaciones arrojaron 50 mil personas, ella en Twitter habló de 43 mil).
Born This Way, Just Dance, Telephone, LoveGame, Paparazzi, PokerFace, Judas fueron algunas de las canciones que repasó Gaga a lo largo de casi tres horas de show. La más coreada fue, sin dudas, la que en nuestro país masificó Ricardo Fort (sí, fue así), Bad Romance.

Además de su vestuario estrambótico y una puesta en escena que carece de lógica y por eso es fascinante (había medias reses colgando, por ejemplo), tres cosas hicieron que la noche de ayer fuera inolvidable, por lo menos, para quien escribe.

En primer lugar, Lady Gaga trajo todo su show, enterito. Y aunque esto parezca una obviedad, no lo es. Muchos artistas internacionales llegan a Buenos Aires con apenas partes de su escenografía o un cuerpo de baile recortado. Lo hacen para abaratar costos y minimizar los inconvenientes de la logística. (Las entradas las cobran igual de caras que en otras partes del mundo, aclaremos).

Pero ella vino con todo su House of Gaga, un castillo gótico de cinco pisos que fue reinventado a lo largo del espectáculo; una pasarela rectangular que acogía el Monster Pit con los fanáticos más hardcore, un huevo del que literalmente emergió en Bad Romance, una picadora de carne en la que se "metió" para burlarse de los que la señalan por su peso, un caballo que montó en Highway Unicorn. Todos elementos que mencionados en frío nos hacen fruncir el ceño pero en el escenario del Born This Way Ball cobran sentido.

En segundo lugar, la energía de Gaga es envidiable. Cantó en vivo (la mayor parte del tiempo), bailó, recorrió todo el espacio, interactuó con el público en cada oportunidad que se le brindó.

Como en todas las paradas de su tour, tuvo 14 cambios de vestuario –entre los que se incluye una réplica de su famoso traje de "carne" - todos diseñados por Versace, Moschino y Armani.

Y algo para rescatar: se mostró lúcida y consciente de estar en el Monumental. Mencionó "Buenos Aires" por lo menos 15 veces y "Argentina" otras tantas. Cuando le tiraron un paquete de yerba desde el público, preguntó: "¿Se puede fumar esto? No importa, el té también se puede fumar". Se escuchó una carcajada generalizada.

Y por último, lo más importante. Anoche nos dimos cuenta de que Lady Gaga es humana. Detrás de todo ese maquillaje, su peluca larga y roja a lo Ariel de La Sirenita, las medias de red y las botas de plataforma, hay una artista que todavía no se la cree.

Su momento más humano fue cuando acudió al piano para una versión acústica de Hair en la que invitó a tres afortunadísimos Little monsters al escenario.

Allí agradeció al público haber pagado la entrada: "Sabemos cuán caros son los tickets", dijo. Y al hacer un racconto de su carrera confesó que jamás se imaginó que en un país tan alejado de su Nueva York natal pudiera llenar un estadio como el de River. "No puedo creer que están aquí, para ser sincera", dijo, entre lágrimas.

Y en una demostración más de su genuina humildad, cuando quiso explicar que aún no podía asimilar haber llegado a donde llegó, se guardó algunas palabras: "Me levanto y pienso, no puedo creer que soy una de las…una de las…una estrella del pop".

Sí lo es. Es una mega estrella pero no porque tiene más de 30 millones de seguidores en Twitter o porque vendió 23 millones de discos alrededor del mundo. Lo es porque es incorrecta (fuck y motherfuckers son sus palabras favoritas), se pasea en colaless con su cuerpo más que imperfecto, dice incoherencias, es excesivamente amable con sus fans (los besó y abrazó hasta donde pudo) y de alguna forma logra que su excentricidad nos resulte común. Y todo esto lo hace con un claro y refrescante mensaje: ser raro está bien.



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